martes, 17 de febrero de 2009

De la libertad en América



JOSE MANUEL ARECES.-
El ciclón Chavez continúa arrasando en las lejanas playas del Caribe y asolando a su paso, no ya, este mar sino adentrándose al interior, y asolando toda la América hispana. Venezuela, Bolivia, Paraguay, Argentina, Nicaragua son testigos de los efectos de los petrodólares bolivarianos, y la decimonónica revolución socialista se propone ahora poner cerco a El Salvador.

La libertad no fue en nuestras tierras hermanas, más que una bandera roja de sangre, y negra de intenciones, tras la que se escudaron siempre dictadores y salvapatrias ávidos de poder y dinero. Libertad en América latina es un terrible concepto que se conjuga con pólvora, plomo y sangre. Hoy en día la bandera de la libertad la alzan personajes siniestros, en nombre de un socialismo olvidado felizmente por el resto del mundo, pero que aún puede hacer mella en los corazones ignorantes y ávidos de justicia, de las clases más humildes. Solamente los desheredados de las riquezas del nuevo mundo, que durante siglos han suspirado por emular a sus congéneres del norte y allende el atlántico, pueden dejarse caer en brazos de las hermosas palabras que de labios tan corruptos brotan con promesas de amor fraterno, pan y justicia.

España tiene una deuda pendiente, una deuda de honor, con una América hispana, a la que dejó en manos de burgueses, criollos, buscavidas, lindos y comerciantes egoístas, una América, que en dos siglos que están por cumplirse en breve, celebra el bicentenario de unas independencias, que desde entonces poca justicia y prosperidad ha traído a tan ricas y fértiles tierras. España es hoy refugio de cientos de miles de hermanos, que han cruzado las aguas frías del Atlántico en un camino de regreso a la madre patria, para encontrar las bondades de la democracia y el libre mercado que los gobernantes corruptos de sus países de origen, se niegan sistemáticamente a conceder. Revoluciones y contra revoluciones, mina y contra mina, Guerra, traición y mentiras, y más, y más pobreza, son las cíclicas consecuencias de la descomposición y el abandono de un imperio que España no podía sostener, ahogada en luchas intestinas, recuperándose de una guerra de invasión, acosada por cien enemigos y un emergente imperio. A perro flaco son todo pulgas.

Las clases dirigentes de la América hispana no supieron aprovechar ninguna de las lecciones de la ilustración española, del nuevo orden de primeros de siglo, solo se quedaron con lo peor de nuestra casa, y en muchos casos abrazaron en la década de los sesenta, las mentiras del marxismo revolucionario. América es incapaz de salvarse a si misma, América no encuentra redención. Hoy el personaje más ilustre del cono sur y Caribe es un botarate de camisa y boina roja, que amenaza día a día a todo bicho viviente con unas ideas propias del peor Lenin, y unos modos dignos de León Trostki. Petrodólares para comprar elecciones, escuadrones de la muerte para comprar voluntades, demagogia para engañar a pueblos enteros, y un plan de expansión imperialista que sería la envidia de Mao Tse Tung. Al amigo plata, al indeciso palo, y al enemigo plomo, decía otro gran revolucionario, el panameño Eduardo Noriega.

La América hispana no ha avanzado un paso desde hace dos siglos, hoy el gorila rojo se perpetua en el poder para continuar su siniestra larga marcha, y en una España donde no hay límite constitucional a las reelecciones pocas lecciones podemos dar. Solamente hay que contar los años que nuestro Cháves lleva en Andalucía dominando el cortijo, recordar a Pujol, Felipe González y tantos otros, que ávidos de sillón no levantan sus posaderas más que con agua hirviendo, sin dedicar un solo segundo de sus pensamientos al pueblo para el que trabajan. Lo peor de la vieja España ha calado en América, los políticos, y no parece una mancha deleble. Tenemos Chavez en Venezuela para rato y procesos revolucionarios sin fin, en tanto el pauperimo pueblo venezolano, admita la fuga de divisas en pro de una revolución fanática, que augura más décadas de sangre, sudor y lágrimas a unas tierras bellas, fértiles y vírgenes que en un tiempo fueron la susurrante promesa de un nuevo mundo, del nuevo albor para la humanidad.

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