viernes, 28 de enero de 2011

Alex de la Iglesia, nueva víctima de la ley Sinde




JOSÉ MANUEL ARECES DE ÁVILA.- Editor Periódico Liberal, El reformista

Decía Epicteto de Frigia, entorno al año 100 de nuestra era, que la verdad triunfa por sí misma y que sin embargo la mentira precisa de la complicidad.

En esta sociedad semipública en la que vivimos la libertad se ausenta a marchas forzadas de nuestras fronteras, precisamente gracias a la complicidad. Esta es una sociedad dominada por lo que llaman lo público, cuando en realidad es lo privado, porque no vivimos el gobierno de la cosa pública, es decir; de todos, sino que nos gobiernan unos pocos, que hacen de sus carreras y cargo algo privado, casi en propiedad. Así para mantener el establishment o el cortijo en manos del cacique se precisa de la complicidad del común mediante la inveterada metodología del clientelismo político.

El dominio de todos los resortes económicos e institucionales proporciona el poder para administrar los favores en pequeñas dosis, y hacer así que las mentes borreguiles del pueblo llano, adquieran la idea de aspirar al reparto de lo que es su propiedad por parte de unos pocos administradores de los bienes comunales, de tal manera que sea hecho común y asimilado, para la mente del ciudadano habitar en un país dónde para adquirir una vivienda, en ciertas condiciones ventajosas, participe el estado; donde se regule si una empresa privada, debe o no, permitir fumar a sus clientes; donde uno piense en tener, o no, un hijo dependiendo de la existencia de subvenciones, o ,si ya lo tienes, sea el estado quien dicte la forma en que has de educarlo. Esta es la sociedad en la que vivimos, y somos cómplices de su existencia, cómplices porque admitimos una gran mentira, porque a esta sociedad la llamamos democracia.
Esta es una sociedad donde unos pocos gobiernan los partidos, que constitucionalmente son los únicos instrumentos admitidos para administrar los recursos del común, la sociedad civil queda completamente fuera, tanto para opinar, como para actuar, salvo que se pliegue a través de sus asociaciones, a recibir en sus órganos directivos a servidores del poder político o bien las correspondientes ayudas económicas para sostenerse. Cuando alguna persona individual, en el ejercicio de sus responsabilidades, o siguiendo sus principios, se desvía públicamente de la corriente oficial y disiente del poder, se enfrenta al ostracismo, la muerte civil y el descrédito.

En la gran mentira participamos todos los ciudadanos, los medios de comunicación, las redes sociales, las empresas, las asociaciones civiles y hasta el sereno. Recientemente el cineasta Alex de la Iglesia, a la sazón Presidente de un órgano que tradicionalmente ha sido una prolongación del PSOE, y de la izquierdona recalcitrante; ha tenido el mal gusto de desafectarse del régimen, la verdad oficial y los deseos de su ama, es decir, la Ministra de Cultura, oponiéndose a la normativa de regulación de internet, en lo referente a descargas y derechos de autor. Pudiendo, o no, estar a favor de los postulados del director vasco, lo que tengo muy claro es que apoyo, por sistema, a todo aquel que le plante cara al poder en defensa de unos principios, porque es un ejercicio de libertad y de hidalguía casi en desuso.

Uno de los ramos donde, con más tradición, recala la izquierda cavernícola y caciquil, es el mundillo que llaman de los titiriteros, por su clara promoción y visibilidad e influencia publicitaria, que tan bien ha servido en estas décadas al PSOE. Las innumerables subvenciones para bodrios infumables, documentales guerracivilistas sectarios, y filmes que reflejan lo más cutre y minoritario de nuestra sociedad, han proporcionado una herramienta de adoctrinamiento e ingeniería social impagable, que hubiera hecho las delicias de Goebbels. No se puede admitir, por tanto, que en uno de los órganos propagandísticos del partido exista un verso suelto y menos aún en la presidencia, es un hecho inadmisible, ¡anatema!.

De la Iglesia cometió un pecado capital, en el momento de no decantarse a favor de la ley Sinde, pero se atrevió a ir demasiado lejos, cuando saltándose a la torera las instrucciones de la Ministra, se reunión con los representantes de los cibernautas, para entender sus argumentos y acercar posturas, es decir; para buscar un consenso, pasando se por el arco del triunfo al estado, que es en este sistema, el que dicta, quienes son, y han de estar considerados como actores sociales.

Alabo por tanto el coraje de Alex de la Iglesia, su oposición directa al pancismo y su coherencia personal. Aquí se ha ganado un admirador por el valor mostrado, ya que todos sabemos que la pena por actuar con libertad en este sistema, siempre es la salida por la puerta chica y el ostracismo. Las hazañas individuales merecen siempre un aplauso por escasas, y cuando se producen merecen el favor del respetable. Cada acto de valentía individual es una brecha, por pequeña que sea, en el sistema, un acto de honor, y una llamada a la esperanza, un hueco que se abre para acomodar, en un futuro no lejano, a una libertad exiliada, que espera paciente a que una mayoría de ciudadanos, reclamen su regreso a esta patria anestesiada por el egoísmo de una casta dirigente, y la complicidad de una masa de pedigüeños, carentes de toda honra y dignidad personal.

domingo, 9 de enero de 2011

Política canalla




JOSE MANUEL ARECES DE ÁVILA.- Editor Periódico Liberal, El Reformista

Decía el fallecido maestro Delibes que para el que no tiene nada, la política es una tentación comprensible, porque es una manera de vivir con bastante facilidad. Hay tal falta de honra y caballerosidad en el mundillo de lo político que ni tan siquiera las navidades permiten una tregua en medio de la batalla.

La semana ha estado plagada de conflictos artificiales y reales. De una parte el culebrón Cascos ha dado juego, y seguirá dando mucho de sí. Los medios de comunicación afines al pensamiento único hacen todo lo posible por dar juego y dividir el voto del centro derecha, y los medios de la acera contraria castigan al ex vicepresidente y se alinean con las tesis oficialistas de Génova.

La derecha española siempre ha sido paradójicamentecainita, cuando sus votantes son todas personas muy respetables, defensores del orden, la libertad y la democracia, pero sin embargo sus dirigentes tienen una tendencia obsesiva a contestar a esta forma de ver la vida con el monolitismo y la ausencia de democracia interna propias de la izquierda más cavernaria. Se dice que cada cual copia lo peor del contrario, y así en Génova parecen cada día más el bunker de Ferraz, que el faro de libertad y transparencia, que por coherencia ideológica, debería guiar al Partido Popular. La realidad es que lo de la política española no se trata de una batalla ideológica por el bien de la nación, sino una pelea de gallos por el control interno y externo del corral. La política en España de ser algo noble se ha convertido en una forma de vida, como decía al inicio Delibes para los que no tienen nada, ni en el bolsillo, ni en la mollera, y añado, en el corazón. Los partidos se han convertido en empresas, en marcas, como reconocía recientemente la flamante candidata por designación digital de Rajoy, esa gran desconocida llamada Isabel Pérez Espinosa, “nadie está por encima del partido”. Lo que cuenta no son las ideas, ni el debate, ni los ciudadanos, ni la ley, porque fuera del partido no hay vida. Escuchando estas declaraciones uno se pregunta si la que habla es Leire Pajín, Carmen Calvo o Maleni, parece que estemos ante los restos del partido comunista tercera asamblea. La política de marcas que sufrimos en este país se resume en que no cuentan las personas o los valores, las propuestas o los programas, porque todo esto solo es humo y sombras. Esta gran mentira no solo se la creen los profesionales de la política, sino que pretenden sin rubor que la creamos a pies juntillas el común de los mortales. Pero algunos no comulgamos con ruedas de molino, y menos de semejante tamaño, más que nada porque no hay almax suficiente para tragar tal especie: En la política cuentan las personas, son imprescindibles los programas y las ideas, y la construcción de una marca no es garantía de buen gobierno, mucho menos cuando de esa marca, que supuestamente representa a unas ideas determinadas, se apropian unos adelantados carentes por completo de principios.

Para los políticos españoles el partido, es fuente de vida, seguro de jubilación, hogar y pesebre. Lo que ocurre es que la palabra partido se difumina mucho respecto a su origen. El partido o facción, los que toman partido o postura, los que se agrupan en torno a una idea, es una comunidad, el libre ayuntamiento de un grupo de ciudadanos entorno a unas ideas, a una forma de ver la vida y con el propósito de llevarla a cabo por el bien común. Pero en la actual filosofía de partido, los ciudadanos militantes no cuentan, como diría Ibiza Melían, todo se resuelve entre los strong mayor, los caciques de turno, el aparato. Nadie sabe exactamente como llega alguien al cargo de apparatchik, pero desde luego sabemos que no se hace mediante mecanismos democráticos, por elección directa de los afiliados y en libre competencia con otros candidatos.

Estando así las cosas leemos en la prensa, esta misma semana, que el otro gran aparato o marca, el del PSOE, quiere expulsar a Antoni Asunción del partido por ser un rebelde que tuvo la osadía de plantarse ante el candidato oficialista en unas primarias que nunca llegaron a ser, por ciertos oscuros manejos con los avales. Ustedes me dirán, si no descubren cierto paralelismo en las formas y usos de ambas formaciones. Para un liberal desde luego esto resulta, no ya intolerable, sino una muestra evidente de la poca calidad que podemos esperar en el gobierno, llegue quien llegue, cuando en origen los partidos no se ventilan y renuevan con sangre e ideas frescas. El juanpalomeo de las cúpulas y los aparatos solo deriva en endogamia, mediocridad consanguínea y una garantía absoluta de divorcio con la sociedad. Treinta años de consanguinidad en los partidos políticos han derivado en personajes de la calidad de Zapatero o Mariano Rajoy, así nos va. Cuando los ciudadanos no tienen libre acceso, en igualdad de oportunidades, por la vía de los partidos políticos, para ofrecer un tiempo de sus vidas a la cosa pública, comienza degenerarse la calidad de la vida democrática y en consecuencia de la gobernanza, de esta manera el deterioro del buen gobierno está más que asegurado.

Puede que a muchos espectadores y oyentes, estos rifirrafes les resulten tan entretenidos como el espectáculo bochornoso que ofrecen los protagonistas de la prensa rosa, de hecho parece que ambos submundos, no solo se tocan, sino que se entremezclan. Pero la política en democracia es una cosa muy seria que no puede estar en manos de unos pocos, máxime cuando la ejercen segundones. Recuerdo con sonrojo el lamentable espectáculo ofrecido por Rajoy al deshacerse de un hombre tan válido para esta nación como Manuel Pizarro. Tras haber aprovechado el tirón personal de la candidatura del aragonés, Mariano, ni corto ni perezoso, se deshizo de él, tras ningunearle un tiempo y le dejó más tirado que a una colilla. Cuando pasan cosas así, es que algo va verdaderamente muy mal. Los mediocres, por principio no pueden admitir en su entorno a nadie que les pueda hacer sombra, aquí no cuenta el bien público, sino la supervivencia en el machito. Solo los palmeros, los pelotilleros y los fans son admitidos en el círculo del poder, cualquiera que represente una amenaza por su valía está destinado al ostracismo, el insulto y la muerte civil.

Por ello no debemos sorprendernos ante las viscerales y obscenas reacciones de los profesionales de la política cuando ven su poltrona amenazada, como ha sido el caso del sainete de insultos y desprecios sufridos por Cascos hasta el momento de su abandono. Cuando se trata de defender poder, sueldo y privilegios, nuestros prohombres se muestran públicamente como canallas, verduleras, quinquis, rufianes, destripaterrones, lindos, y toda la ralea de los más bajos fondos. Porque al final la política en España no es otra cosa que el arte de la pelea más sucia, por los medios más bajos para el logro de fines más particulares, y en esa guerra todo vale. Aviados estamos.