martes, 3 de mayo de 2011

El Primero de mayo de los cinco millones




JOSÉ MANUEL ARECES DE ÁVILA.- Editor Periódico Liberal, El Reformista

Daba risa al espectador de turno pasearse por las calles de Madrid y ver la manifestación institucional del día del trabajo. La cabecera de la convocatoria presidida por los próceres, asesores y chupópteros liberados del régimen, clamaba por su desvergüenza.

Con cinco millones de desempleados, los protagonistas del día del orgullo sindical, que no del trabajo, (ahí no solo se puede incluir a los liberados) se lucen sin emoción ni interés ante una población que pasa de largo ante sus consignas. El papel de los sindicatos es algo muy nebuloso en la historia de nuestra democracia, alguien en algún momento designó a los mayoritarios UGT y CCOO como fuerzas sociales, y desde entonces son cómplices de los males de nuestra economía, pero sin tener a ojos del público ninguna responsabilidad. Este estatus se estrelló de bruces con la actual crisis, y los responsables de la UGT y CCOO, no tuvieron empacho, en sostener al gobierno Zapatero en la negación de la crisis; Dando la espalda a los empleados. Cuando teóricamente su papel en defensa de los intereses de los empleados, era más necesaria, los Méndez y los Toxo de turno estuvieron desaparecidos de la escena durante meses. Complicidad que fue sostenida a golpe de talonario por un complaciente Rodríguez Zapatero. Así es, a nuestros honorables sindicalistas, se les contenta con un buen fajo de parné y sendas comilonas en restaurantes de lujo. ¿Hay forma más corrupta e indigna de traicionar a los tuyos?, yo no la conozco.

Los sindicatos son responsables directos de la práctica ausencia de reformas, que puedan sacar a nuestra economía, del agujero negro en el que se encuentra. La insostenible defensa de supuestos derechos colectivos insostenibles, y sobre todo, de privilegios dignos del Medioevo, lastra gravemente al desarrollo social y económico de la nación. La existencia de una banda minoritaria de vividores que engordan tanto con los despidos, los ERE, y las subvenciones a la formación, resulta no ya insufrible, sino del todo inadmisible en un país democrático. España necesita reformas, reformas urgentes, y de entre ellas, las primeras habrían de afectar muy directamente a la casta sindical.

Para lograr unos niveles de desarrollo óptimos hemos de acabar con las negociaciones colectivas por perversas y antieconómicas, debemos sacar a los sindicatos (de empleados y patronos por igual) del negocio de la formación continua porque es un fraude. Hay que crear un cheque de formación, que pueda ser invertido por las empresas directamente, contratando los servicios de la academia o curso que más les convenga para sus empleados. Los sindicatos no pueden formar parte de la dirección de la política económica, y desde luego no deben ser subvencionados en ninguna manera, porque no forman parte de la administración, solo las cuotas sindicales han de provisionar sus arcas. Millones de euros se pierden en los bolsillos de nuestros sindicalistas, como pago por una paz social bajo la permanente espada de Damocles de la amenaza de violencia. Porque los sindicatos verticales que sufrimos, no conocen para obtener sus fines otro recurso que la violencia, por lo que son plenamente antidemocráticos en origen y espíritu. No vivimos en el siglo XIX, ni las desigualdades sociales justifican la arcaica formula de palo y plomo de unos sindicatos, que por otra parte son los brazos armados en las calles de la estrategia política del PSOE y el Partido Comunista.

En la amplia serie de reformas, liberales a ser posible, que precisa España, hay que minorar el papel de los sindicatos, circunscribiéndoles a su función original en defensa de los trabajadores en las empresas. Del mismo modo que las comunidades autónomas en su insostenible dimensión actual están condenadas a devolver competencias al estado, los sindicatos deben modernizarse, olvidar sus tintes políticos arcaicos y poses decimonónicas, limpiarse de corruptos y asumir un papel en la sociedad civil, fuera de la institucionalización semi-pública que hoy les caracteriza. Probablemente de esa manera, recuperen la dignidad y el crédito que ya nadie, exceptuando a sus compañeros de la casta política, les otorga. Confiemos en que el primero de mayo del próximo año, las calles se pueblen de empleados celebrando la fortuna de tener un trabajo justo y digno que les permita traer el pan al hogar, sin la presencia de sindicatos corruptos, ni políticos de una izquierda que representa al conservadurismo, de facto, más rancio de nuestra nación.

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