miércoles, 9 de marzo de 2011

La democracia secuestrada




JOSÉ MANUEL ARECES DE ÁVILA.- Editor Periódico Liberal, El Reformista

Vivir bajo el dominio de un gobierno socialista es en sí mismo garantía de pobreza, corrupción, derroche y limitación permanente de las libertades, esto es así, pero lo que hace aún más dramática la situación para la nación en pleno, y aquí me atrevo a incluir incluso a las dóciles masas que sienten, padecen, pero no se rebelan, es la sensación general de fin de régimen. Con el radical y surrealista gobierno Zapatero han eclosionado todos los errores del pasado y los vicios adquiridos por nuestra joven semi-democracia en una sucesión amarga de conflictos que han aventado todo lo peor de nuestro sistema.

La insostenible e insufrible cadena de taifas, con sus duplicidades, diferencias catetas e injustas, y el extremo derroche que acompaña al ejercicio del aldeanismo en su versión más racista y alienante, como justificación para la construcción de mini-estados insolventes y sin futuro viable que no caben en un mundo moderno, es una de nuestras lacras. Aquí como siempre los culpables son los responsables políticos de dos generaciones, que por evitar problemas con supuestas sensibilidades decimonónicas han cedido casi hasta la maquinaria de la fabrica de moneda y timbre. Y no me duelen prendas, y no regateo espacio a la verdad; todos los partidos son cómplices de este sistema insostenible por costoso, injusto, y liberticida, que atenta contra la lógica de la unidad del mercado interior, el derecho común y la igualdad entre todos los ciudadanos. Digo que todos los partidos son responsables, porque cada cual en su medida, por la humana tendencia a la acumulación de poder para el ejercicio de la tan española política del clientelismo, han engordado su presupuesto y competencias en detrimento del estado y ahogando a los Ayuntamientos, únicas entidades básicas donde no ha llegado la auténtica descentralización administrativa por deseo expreso de los barones y reyezuelos provincianos.
Este fin de régimen es testigo asimismo del exceso de regulación y legislación salvajes, con el objetivo de constreñir al máximo la libertad de los ciudadanos soberanos y su capacidad de intervención en el desarrollo y prosperidad de la nación. Nuestro sistema se basa en una constitución que hace de los partidos políticos los únicos canales o vías de gestión de la soberanía nacional, en detrimento de la sociedad civil, a la que permanentemente se anestesia con el fin de mantenerla amodorrada en una permanente siesta, de la que lamentablemente pocos están dispuestos a despertar. Nuestro sistema está dominado por unos sindicatos supuestamente mayoritarios que deciden en gran medida sobre la economía de nuestra nación, una patronal donde solo tienen voz unos pocos caciques de las grandes empresas y que atienden a sus intereses particulares, los propietarios de medios de comunicación de masas que oscilan en su apoyos en función a la publicidad pública, y finalmente una banca que domina a todos, porque todos le deben dinero. Puede suponer en este momento el lector que este desglose de defectos de nuestro sistema puede estar escrito por un radical, pero muy lejos de ello, este humilde liberal pretende solamente hacer un diagnóstico de la realidad en el deseo precisamente de una democracia real y de unos derechos civiles que devuelvan al ciudadano su soberanía perdida en algún punto del camino. Personalmente no tengo ninguna fe en la alternancia de partidos, solo creo en la alternancia de soluciones y personas.Nuestro sistema no solo limita la alternancia de partidos, sino de personas porque no existe democracia interna en estas organizaciones. Esta realidad se justifica como decía Delibes, porque para el que no tiene nada, la política es una tentanción comprensible, porque es una manera de vivir con bastante facilidad.

El gobierno Zapatero, encabezando el fin del régimen ha puesto de manifiesto, como señalábamos, los peores defectos de nuestro sistema, y en su particular debacle, ha acometido una disparatada huída hacia adelante que pone de manifiesto el desgobierno completo y absoluto, la falta de criterio, y la evidente incapacidad y méritos de todos sus componentes.

Decía Groucho Marx, que la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y después aplicar los remedios equivocados. En ese sentido podemos decir que Zapatero es un marxista de tomo y lomo, y podemos aseverar que sus consejos de ministros son precisamente, como el camarote de los hermanos Marx. Las últimas semanas son testigo de este espectáculo más propio de un sainete que del ejercicio serio de la política, precisamente en momentos tan graves y acuciantes como los que vivimos. Con un desprecio absoluto por la realidad social, los iluminados del camarote lanzan, día sí y día también, una serie de inconexas, y nada preparadas medidas con el fin de mantenerse en el machito y aguantar un día más, en tanto despistan al más sesudo. En Libia se produce una revolución que hace escasear algo el petróleo, e inmediatamente se lanza una medida contra los ciudadanos de supuesta economía en el consumo de petróleo, basada en la reducción de la velocidad circulatoria para vehículos, y con un considerable gasto en pegatinas de señales de tráfico. Como a las pocas horas los expertos advierten de la poca viabilidad en el ahorro de dicha medida, nada mejor como no dar un paso atrás, sino reafirmarse en el error, provocando un alud de propuestas alucinantes que van desde el cambio de bombillas en carreteras a todas las vías públicas, con lo que se involucra a unos Ayuntamientos, ya de por sí caninos, en un gasto imprevisto que nadie sabe quién o cómo va a financiarse. La política del regate, del aquí te pillo aquí te mato, de la improvisación de la que tiene el descaro de alardear el tal Zapatero, es la causa patética que conlleva efectos más que catastróficos para nuestras ya mermadas arcas. Llevamos viviendo al día, sin planificación de ninguna clase, nada menos que siete años, y aún nos queda uno más, y lo peor es que no nos los podemos permitir.

Añoramos y esperamos con ansia el regreso del juicio ponderado a la realidad política, el patriotismo que no el patrioterismo de estos años, y sobre todo esperamos reformas para los problemas reales de los ciudadanos, que son precisamente los que nunca se resuelven. La gran cuestión, es que no será viable un cambio en nuestros políticos, en tanto la sociedad no asuma sus deberes democráticos y tome partido, porque no olvidemos que nuestros políticos son en todo momento fiel reflejo de la sociedad. Este “Je acuse”, ha de empezar precisamente no por culpar solamente a Zapatero y a los barones, sino a la propia ciudadanía, que ha hecho dejación de sus deberes, que ha permitido mansamente tanto escándalo, y que en cierto modo se ha dejado corromper por un sistema clientelar que no beneficia jamás al crecimiento y el desarrollo de una nación. Todos, en mayor o menor medida, somos culpables por dejación. Se precisan patriotas de verdad, políticos (pocos), con talento y capacidades, una sociedad activa y con valores, y todo esto ha de hallarse en las fuentes de nuestra cultura común, no en la división, la envidia, el latrocinio, el racismo cateto y el partidismo marquista de los programas de papel mojado. El cambio de rumbo es responsabilidad de la nación en su totalidad, hasta que así sea, llegue quien llegue no seremos nada más que una masa de siervos a la espera de las raciones de trigo del emperador y sus expectaculos, Panem et circenses.

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