martes, 1 de febrero de 2011

Crisis en el mundo árabe, occidente tiene la palabra




JOSÉ MANUEL ARECES DE ÁVILA.- Editor Periódico Liberal, El Reformista

Cuando se hace historia, los grandes cambios y las revoluciones se desarrollan siempre de manera sorpresiva e imprevista, y ninguno de los actores implicados es consciente de la importancia del suceso hasta que la marea es demasiado fuerte como para detenerla.

Acuden a mi mente una sucesión de imágenes relatando hechos similares: La revolución cubana, con la invasión popular de las calles de la Habana, mientras el dictador Batista y su corte celebraban una glamurosa fiesta de año nuevo, totalmente ajenos a la realidad. Otro caso: 9 de noviembre de 1989, Günter Schabowski a la sazón miembro del Politburó del RDA, comete un error informativo ante las preguntas de un periodista y contesta que el muro de Berlín está abierto al paso, en cuestión de horas miles de personas arrasan con el muro de la vergüenza y un régimen entero. Nadie estaba preparado, ni los países occidentales ni Moscú. La historia se escribe de esta manera. El punto de eclosión es siempre incontrolable y las masas actúan más rápido que sus dirigentes.

Hoy las protestas populares de Tunez acaban con el régimen de Abidine Ben Ali, en pocos días. El origen la crisis; la subida de alimentos básicos y la eclosión la produce el 17 de diciembre de 2010 Mohamed Bouaziz, un joven desempleado de 26 años, que se inmoló frente al ayuntamiento del pueblo de Sidi Bouzid. Lo hizo después de que la policía le confiscara su puesto ambulante de frutas y verduras por carecer del permiso necesario. Bouzaiz murió en el hospital el 6 de enero. Las protestas y enfrentamientos con las fuerzas de seguridad comenzaron en esa región, cuya economía se basa en la agricultura y que sufre una alta tasa de paro, y se extendieron a varias ciudades del país norteafricano. El 13 de enero el presidente y toda su familia abandonan el país.

La oleada de protestas se han extendido a todas las dictaduras del norte de África y amenazan con asolar otros países. Los problemas son comunes, regímenes corruptos, enormes tasas de desempleo, pobreza y un hambre de libertad y cambio imparables. Las redes sociales han jugado un papel multiplicador del mensaje sin parangón en esta región del planeta, y han servido indiscutiblemente para coordinar el pistoletazo de salida de estos movimientos populares espontáneos. En estos momentos Egipto está sometido a estado de sitio, con la población conviviendo con los tanques en las calles y un régimen que cierra el acceso a Internet, los transportes y los medios de comunicación tradicionales en la absurda confianza de cercenar la comunicación entre las masas, pero como siempre ya es demasiado tarde. El pueblo está en la calle y el viejo sistema de radio macuto y el boca a boca suplen a la tecnología. Solo quedan dos opciones al dictador egipcio Mubarak, exiliarse o provocar una matanza sangrienta. Sudan, Marruecos e incluso Siria pueden verse arrastrados por el efecto viral de las protestas.

En estos momentos los gobiernos occidentales están perdiendo los papeles como es costumbre, y la ONU vuelve a mostrar que es un organismo preñado de burócratas incapaces en grado sumo. Fuera de los discurso estériles de las grandes potencias en favor de la democracia y la libertad de expresión, subyace un temor al cambio exacerbado por la amenaza del día después. Todas las cancillerías consideran la posibilidad que tras la caída de los regímenes dictatoriales se repita el caso Iraní, y que los movimientos islamistas hagan en aguas revueltas la pesca de su vida.

Este temor occidental lleva a la inacción y la espera, lo cual es un error de cálculo, pues una vez que estás en la tabla de surf, en la cresta de la ola, no hay manera de detener el tiempo. Es el momento de romper relaciones de inmediato con estos gobiernos y ponerse del lado del pueblo ahíto de libertad, hay que sumarse a la cabeza de la manifestación y prestar los medios posibles para lograr una transición pacífica hacia procesos electorales democráticos donde puedan entrar en liza con los islamistas radicales, figuras que defiendan la democracia y alcen la bandera de la libertad, sin complejos ni intereses personales espurios. Jugar con dictadores con el fin de proporcionar cierta estabilidad siempre termina igual, en revoluciones y procesos de cambio pendulares que traen las peores consecuencias. En estos momentos hay una batalla global por ponerse en cabeza de los cambios, y el que menos arriesga termina siempre por perder la apuesta.

Si no queremos un clon de la revolución de los Ayatolás, hay que forzar el cambio de régimen a favor de las necesidades y las demandas populares. La libertad es siempre la respuesta, por mucho que reservemos esta solo para occidente. Condenar a millones de personas a la dictadura, por mantener nuestra estabilidad de manera artificial es una muestra de hipocresía que solo se paga con el odio justificado del mundo árabe hacia occidente, tenemos un deber moral, en defensa de nuestros valores más sagrados, si queremos un mundo próspero y en paz. Es la hora de ejercer liderazgo, con la autoridad moral correspondiente, en tanto no se actué con presteza y determinación, abonamos la llegada de aquellos que están dispuestos a darlo todo por su fé radical, con las dulces promesas de paraísos y el Corán en la mano. La historia nos proporciona sobradas lecciones para elegir el camino adecuado, no proporcionemos al islamismo radical la excusa de que el corrupto occidente satánico no hizo nada.