viernes, 26 de noviembre de 2010

Del sacrificio




JOSÉ MANUEL ARECES.- Editor Periódico Liberal, El Reformista

Jose Luís Rodríguez, a la sazón Presidente del gobierno, anda estos días de campaña electoral por su amada Cataluña, ¡que visca el Barça!. No sabemos bien si su presencia al lado de Montilla es un favor o una condena segura al desastre. De todos es bien conocido, que cuando Zapatero apoya a un candidato, este se dirige irremisiblemente al desastre, la lista de ejemplos es larga. Es probable que nos encontremos ante una especie de vampiro que absorbe completamente las energías, el talento y la fortuna de aquellos en los que pone su mirada.

Algo parecido sucede con España, desde la llegada al gobierno de este elogio a la mediocridad y la simpleza más absoluta, tanto paisaje como paisanaje han quedado desolados, nos ha dejado vacíos, exprimidos, cabreados y exhaustos, lo que se dice en pelotilla picada.

Ahora Zapatero vuelve a sacar en su mesianismo, no sabemos ya si cínico o surrealista, el concepto de patriotismo como amenaza al que discrepa. Oponerse a sus medidas de desgobierno, discrepar de sus posiciones, simplemente pensar diferente, es un acto de anti-patriotismo con consecuencias graves en la imagen de España de cara a los mercados. Así piensa este adalid de la democracia. Cosas del pensamiento único.
Toda palabra o gesto de este hombre, termina siempre buscando el enfrentamiento, generando el odio, y propugnando la persecución del disidente. Digno de la mejor escuela estalinista. Si Beria o la pasionaria levantasen la cabeza derramarían lagrimones producto de la emoción ante este su retoño.

Zapatero exige el sacrifico de todos sus súbditos en el altar de sus vanidades socialistas, todo en virtud de un patriotismo mal entendido, como decía Samuel Johnson: -El patriotismo es el último refugio de los canallas-. El patriotismo es una forma de amor, amor a la patria, a sus tierras y a sus gentes, al devenir y al porvenir de la nación. El patriotismo, como todo amor exige sacrificios, es cierto, pero somos de la convicción que para predicar hay que dar ejemplo. No se puede exigir sacrificios al prójimo para el enriquecimiento propio, no se puede hacer sacrificar miles de pequeñas empresas por no pagar las deudas de entidades públicas, no se tiene fuerza moral para exigir sacrificios congelando las pensiones, cuando con otra mano derrochas el dinero de todos en festejos irrelevantes, sindicatos inútiles, memorias históricas y campañas de educación sadomasoquista. Para exigir hay que dar ejemplo. ¿Y qué mejor ejemplo, que sacrificarse uno mismo por la mayoría?. Estamos convencidos, que si en un alarde de patriotismo, Zapatero sacrifica su puesto y su gobierno, convocando elecciones generales, para que el pueblo opine en estos momentos de emergencia nacional, le hará el mejor de los servicios al país. Pero lo cierto es que las cosas nos son así. El patriotismo de Zapatero se basa en el egoísmo y no en el amor. Confío, no ya en que las urnas hablen en su contra cuando corresponda, sino que sea llevado ante los tribunales por su irresponsabilidad y sus mentiras. No merece menos.

Para el que les escribe estas líneas, pensar que nos queda año y medio largo de gobierno con este personaje, le entran ganas de hacer la maleta y tomarse unas largas vacaciones en el extranjero. Pero, como señalaba Joaquin Leguina recientemente, o plantamos cara o perdemos estamos vendidos, es cierto, huir es de cobardes. Nuestra obligación cívica, nuestro deber como ciudadanos, no es resistir solamente, sino oponer la razón frente a este profeta de saldo, buscar el enfrentamiento ideológico permanente, hurtarnos a sus amenazas, actuar como hombres libres y mostrar permanentemente al común que no solo está desnudo el rey, sino que además se está llevando la ropa de todos nosotros.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Necesitamos un gobierno de concentración nacional




JOSE MANUEL ARECES DE ÁVILA.- Editor Periódico liberal, El reformista

“Solo podemos permitir hablar de patriotismo a aquel político que esté dispuesto a sacrificar su beneficio por el bien nacional, dando cabida a los que son mejores y no a los que mejor le aplauden”
En 1940 Inglaterra se enfrentaba a una crisis bélica de proporciones catastróficas. Como consecuencia de las brutales e irreales condiciones del tratado de Versalles y de la política pacifista de los gobiernos de entreguerras, Europa se abocó al imperio del totalitarismo y la guerra sin cuartel. Fracasado el gobierno pactista del enjuague de Munich, liderado por Neville Chamberlain, Winston Churchill accede al poder, y su primera decisión es que no puede afrontarse la crisis desde la perspectiva de partido, con unos fines electorales que primen sobre el supremo interés nacional, y que condicionen las medidas extraordinarias que se precisaba tomar. Churchill convocó a una coalición de partidos y personalidades independientes, de tal manera que los mejores representantes del imperio enfocasen sus energías a un solo fin, ausentes de intereses y banderías.

España en estos momentos es el crisol de una crisis dramática, la tormenta perfecta; la conjunción de tres terribles crisis, la económica, la moral o de valores cívicos y una crisis institucional que nos aboca a la ruina nacional y al caos institucional y territorial. Todos los defectos y errores de los últimos 35 años se han coaligado para pasar factura en un solo plazo a la nación española. La conjunción de intereses de políticos profesionales, sindicalistas y aventajados diversos, así como las cesiones constantes de soberanía de unos ciudadanos ausentes de sus obligaciones y derechos, han contribuido a que la presente crisis sea perfecta por las consecuencias que vamos a sufrir.

Nadie está exento de responsabilidad, nadie está libre, la culpa salpica en todas direcciones, pero no nos tiene que preocupar tanto pensar en adjudicar tales culpabilidades, sino en buscar soluciones efectivas. Aquí hay que plantar cara a la realidad cruda, asimilarla y ponerse manos a la obra. No consideramos preciso entrar en los detalles de la crisis, para conocerlos pues solo es preciso leer los miles de artículos escritos en los dos últimos años. Hablemos de salidas viables. Como señalábamos anteriormente la responsabilidad de esta situación hemos de compartirla todos a partes iguales y las soluciones han de ser compartidas del mismo modo.

España precisa de numerosas reformas, con carácter de urgencia, medidas impopulares, dignas de una guerra. Se precisa una reforma constitucional, renovar la ley de partidos y la ley electoral, hacer que la democracia sea efectiva, cosa que no hemos disfrutado desde el año 1976, por mucho que se quiera decir lo contrario. Hemos de reducir el tamaño del estado y convertirlo en una administración al servicio real del ciudadano, adelgazar la nómina pública, retornar competencias al gobierno de la nación, restablecer el equilibrio de los mercados internos, eliminar chiringuitos públicos que no playeros, liquidar el estado de corrupción institucional y civil, devolver al la sociedad el impulso y la soberanía en la dirección de la economía, en la elección directa de sus representantes y en la participación en la grandes decisiones que afectan a la nación. Hay que reformar en profundidad la educación y devolver el derecho de elección a la familia, el estado solo debe garantizar el acceso de todos a educarse pero no al adoctrinamiento ideológico dictado por el mandamás de turno. Se precisa el imperio de la ley para todos, frente al imperio del intervencionismo. Debemos lograr la separación efectiva de poderes, eliminar la intervención de los partidos en casi todos los aspectos que rigen a la sociedad, reducir el déficit público y sanear el gasto, e implicar a la ciudadanía en valores positivos y universales democráticos, concienciarlo en cuanto a que el estado no es proveedor de trabajo ni de regalías, responsabilizar al ciudadano en derechos y deberes, y no solo contemplarlo como mero financiador de la corrupción política y los desatinos de líderes iluminados de formaciones políticas opacas e inaccesibles.

Para afrontar estas reformas radicales solo es posible, como señalábamos anteriormente, tomar medidas de excepción, lideradas por los mejores de entre los ciudadanos y ausentes completamente de la influencia de los espurios intereses partidistas y de facción, y de los intereses localistas. Son medidas que solo pueden pilotarse desde la unidad nacional y lejos de los intereses territoriales y pueblerinos que solo traen desgracia, pobreza, envidia, odio y una división del todo insana.

Precisamos de un gobierno de concentración nacional formado por nuestros mejores expertos y profesionales, un gobierno patriótico en el sentido estricto, un gobierno provisional en cuanto a su permanencia en el poder y lo más importante; un gobierno ajeno a los intereses partidistas, cuyos intereses electorales se sitúan siempre claramente por encima de las medidas drásticas que se precisa adoptar y van en contra de los intereses generales.

Solamente un gobierno que se ausente y distancie de los objetivos de partido puede afrontar con garantías los grandes objetivos de una profunda reforma institucional y económica que devuelva la libertad y la soberanía a la nación, y nos devuelva al rumbo de prosperidad, felicidad y desarrollo que todo pueblo merece.

La nación ha de exigir a sus políticos un gran sacrificio, a cambio de los que ha de asumir cada ciudadano, no es viable que la mayoría cargue con las consecuencias de los errores de unos pocos, esta es tarea de todos, y no es de recibo esperar las reformas de manos de los que son responsables de los problemas creados. Miente cualquier candidato que se postule a las próximas elecciones generales y que pretenda ser adalid de unas posible salida a la crisis, miente también cualquier candidato que pretenda hacernos creer que solo se precisan medidas en la economía, y miente, créanme, cualquier candidato que pretenda hacer dicho camino con su partido en solitario. En las próximas elecciones voten solo por aquel que ofrezca espacio en su gobierno a los mejores sin importar la procedencia o el partido. Solo podemos permitir hablar de patriotismo aquel político que esté dispuesto a sacrificar su beneficio por el bien nacional, dando cabida a los que son mejores y no a los que mejor le aplauden.

Se precisa un amplio movimiento ciudadanos, por encima de ideologías y partidismos, que exija estas reformas, que exija a los políticos, que no son sus verdaderos representantes, que allanen el camino cuanto antes a estas propuestas, porque el tiempo corre en nuestra contra. Es un iluso quien pueda pensar que este sistema se puede mantener más tiempo con solo ver unos leves repuntes en las cifras del empleo, o en balances económicos. O se acometen reformas del sistema en profundidad o simplemente estaremos añadiendo un parche más a la vía de agua de la nave nacional.